La fatà il·lâ 'Alî

La fatà il·lâ 'Alî
"Has de saber que aquel que realiza la Futuwwah
es situado delante, cerca del Señor de los hombres.

Preferir el otro a sí mismo, he ahí el adorno del caballero (fatà).
Sea este quien sea, honor a él.

La impetuosidad de las pasiones no lo agitan,
siempre firme como una montaña.

Ninguna pena lo aflige, ningún miedo lo despoja
de sus nobles virtudes en el fragor de su combate.

Mira cómo, él solo, ha derribado los ídolos.
Así es él: suave y duro a un tiempo".

Ibn 'Arabî (Murcia, 1165-Damasco, 1240)

lunes, 28 de octubre de 2013

Yihâd, guerra mayor y guerra menor

Yihâd, guerra mayor y guerra menor


"Históricamente, hay que destacar que la tradición islámica, en lo que nos interesa aquí, es en cierto modo la heredera de la tradición persa, una de las más altas civilizaciones indoeuropeas. El concepto mazdeo de militia bajo el estandarte del "Dios de Luz", y de la existencia en la tierra de una especie de lucha incesante por arrancar los seres y las cosas al poder de un antidiós, es el centro de la visión persa de la vida. hay que considerar que es la contrapartida metafísica y el fondo espiritual de las hazañas guerreras que tuvieron su apogeo en a edificación persa del imperio del "Rey de reyes". Tras la caída de la grandeza persa, subsistieron ciertos ecos de aquella tradición en el ciclo de la tradición árabe medieval, en formas más materiales y a veces exasperadas, pero sin anular nunca efectivamente el móvil original de la espiritualidad.

Aquí nos referimos a tradiciones de este tipo sobre todo porque ponen de relieve un concepto muy útil para aclarar posteriormente el orden de las ideas que nos proponemos exponer. Se trata del concepto de la guerra santa mayor [yihâd], distinto de la guerra santa menor, pero al mismo tiempo ligado a esta última por una correspondencia especial. La distinción se basa en un hadîz del Profeta [Muhammad], el cual, según se cuenta, a la vuelta de una expedición guerrera dijo: "Hemos regresado de la guerra santa menor a la guerra santa mayor". La guerra santa menor corresponde aquí a la guerra exterior, a la guerra sangrienta que se hace con armas materiales contra el enemigo (...). La "gran guerra santa", por el contrario, es de orden interior e inmaterial, es el combate que se libra contra el enemigo, o el "bárbaro", o el "infiel" que cada uno alberga dentro de sí y al que ve surgir dentro de sí en el momento en que quiere sujetar todo su ser a una ley espiritual. En su calidad de deseo, tendencia, pasión, instinto, debilidad y cobardía interior, el enemigo que hay en el hombre tiene que ser vencido, quebrantado en su resistencia, encadenado, sometido al hombre espiritual: esa es la condición para alcanzar la liberación interior, la "paz triunfal" que permite participar de lo que está más allá tanto de la vida como de la muerte.

Eso es simplemente ascetismo, dirán algunos. La gran guerra santa es la ascesis conocida en todos los tiempos. E incluso habrá quien se sienta tentado de añadir: esa es la vía de los que huyen del mundo y, con la excusa de la lucha interior, se transforman en un atajo de cobardes pacifistas. No es nada de todo eso. Tras la distinción entre las dos guerras, su síntesis. Lo propio de las tradiciones heroicas es prescribir la "guerra menor", o sea la verdadera guerra sangrienta, como instrumento para la "gran guerra santa"; hasta el punto de que, finalmente, las dos se convierten en una sola y misma cosa. Así es como en el islam los términos "guerra santa" -yihâd-  y "camino de Dios" se emplean indiferentemente. Cuando se combate se está en el "camino de Dios".

(...) La acción toma el exacto valor de una superación interior y acceso a una vida liberada de la oscuridad, de lo contingente, de la incertidumbre y de la muerte. En otras palabras, la situaciones, los riesgos, las pruebas inherentes a las hazañas guerreras provocan la aparición del "enemigo" interior, el cual, en calidad de instinto de conservación, cobardía o crueldad, lástima o furor ciego, se considera que es lo que hay que vencer en el acto mismo de combatir al enemigo exterior. Eso demuestra que el punto decisivo está constituido por la orientación interior, la permanencia inquebrantable de lo que es espíritu en la doble lucha, sin precipitarse ciegamente ni transformarse en un animal violento, sino al contrario, dominando las fuerzas más profundas, controlando para no dejarse arrastrar nunca interiormente, mantenerse siempre dueño de sí mismo, y ese dominio permite afirmarse más allá de todos los límites".

[Julius Evola, Metafísica de la guerra, J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2006, pp. 45-50]. 

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